La Fundación


UN ROSAL EN LA BARRANCA

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Las generaciones de Barracas han pasado, y si muchos recuerdan al dinámico Padre Orzali, sin embargo para la juventud y la niñez de hoy, sólo sería uno de tantos nombres que recuerda la historia de este tradicional pedazo de Buenos Aires de los primeros tiempos.

Sin embargo, Jesús, amigo de los niños y de los humildes, quiso que perdurara para siempre su espíritu y continuara haciendo el bien, por medio de ése, su brazo largo, que es el Instituto de las Hermanas de Nuestra Señora del Rosario de Buenos Aires. Mientras escribo esto pienso que en él se cumple literalmente aquella expresión de Santa Teresita de Jesús en Lisieux: “Pasaré mi cielo, haciendo bien sobre la tierra…”

Lector para quien se escriben estas líneas; lee con avidez este capítulo; así conocerás un poquito mejor a las religiosas de la Congregación.

El Párroco de Santa Lucía trabajaba; sus Tenientes lo secundaban; pero él sabía que, mientras en la Parroquia no hubiera quien se encargara de formar integralmente a las niñas, como se venía haciendo con los niños, en las escuelas del Círculo de Obreros, todo el trabajo sería en vano.

Al joven Sacerdote se lo veía largas horas inmóvil frente al Sagrario; hablaba con Jesús… ¿Saben que lloraba? (Muchas veces allí lo vieron llorar). ¿Comprenden que esas lágrimas fueron derramadas por sus futuras alumnas?... Ninguna gestación puede evitar el dolor; claro que después viene el gozo. El Cura de Santa Lucía había rezado mucho y había rezado bien; y el Señor no puede desoír al que llega a él con el corazón humilde y confiado.

Y se sintió inspirado: así como allá en los días de la Creación, dijo Dios, después de haber creado al hombre: “Hagámosle una compañera semejante a él…” ahora parecía decirle: “Funda un Instituto religioso femenino que sea su espíritu semejante al tuyo; que quieran dedicarse a educar hijos ajenos; cuidar a los enfermos; a amparar a los huérfanos…”

Ya estaba forjado el Instituto, ahora cabía la realización. Y Dios dispuso el camino: allá en 1883 un virtuoso dominico, el Padre Agustín Ferreyro había fundado en Mendoza una Congregación llamada Hermanas Rosarinas de Nuestra Señora de Lourdes. Al presentar el proyecto al Superior General de su Orden, éste le hizo algunas observaciones y entre ellas, las que no podían tener dos nombres: Lourdistas y Rosarinas. De ahí se dividió la naciente Congregación: unas siguieron llamándose Lourdistas y vinieron a Buenos Aires y comenzaron a trabajar precisamente en Barracas en el Hospicio de las Mercedes, las otras, continuaron como dominicas.

Las Lourdistas terminaron por desaparecer; pero como las había entre ellas de muy buen espíritu y con ansias de vida religiosa, pronto se plegaron al proyecto del Padre Orzali; y como por otra parte, él conocía bien a sus feligreses, sabía que existían entre ellas almas con vocación religiosa; y decidió reunirlas, las primeras reuniones tuvieron lugar a mediados del año 1894. Estas conferencias dieron a las jóvenes un panorama de lo que el Fundador quería de ellas. No las quería contemplativas: las necesidades de la hora pedía otra cosa. Quería maestras para su barrio que era pobre. Ellas debían ser abnegadas y sacrificadas. Su lema seria “Ora et labora” Ora y trabaja, y luego una visión apostólica de dimensiones: “Todo por Dios y por el prójimo”.

Como fruto de su espíritu de sencillez, que quería como traspasar de él mismo a sus religiosas “las hijas de Orzali debían ser santas, sin parecerlo”… Y cuando estuvo seguro de que ellas habían captado la esencia de su espíritu sacerdotal, traducido –se entiende- a la idiosincrasia femenina, se puso a pensar en el hábito. Y por fin halló lo que coincidía con sus deseos: el hábito del Instituto de Hermanas de Nuestra Señora del Rosario de Buenos Aires –así se llamará la fundación- era blanco y negro. Blanco, simbolizando la pureza; y negro, que es sacrificio. Un cinturón negro, que indica la estrechez del renunciamiento y un rosario, misteriosa cadena que enlaza el corazón de las Hijas con el de la Madre, que, en adelante será doblemente Madre, pues ha de reemplazar a aquellas que las jóvenes han dejado por seguir a Cristo.

Buscó la casa; pagó de su escaso haber -¡Dios sabe con cuánto sacrificio!- el alquiler de una casita a pocas cuadras del templo parroquial, en Martín García 534, y el 11 de enero entraban en ejercicios espirituales, doce postulantes. El Padre Fundador los predicó, hasta que el 21 de enero de 1895 llegó el día feliz de la toma de hábito.

En su Parroquia, allí en ese altar donde tantas veces su poder sacerdotal, hizo bajar al Dios del Amor, a encerrarse en una Hostia, ahora Él mismo recibía la ofenda más grande que pudo hacerle su hijo amado: son las primicias de su anhelo sacerdotal……………………..

De aquel plantel, la Hna. María del Huerto, recién entregó su alma a Dios, el 7 de diciembre de 1953; y en San Juan, disfrutaron de la presencia de la última sobreviviente, la Hna. Filomena del Corazón de María.

La casita de Martín García, era, más que modesta, pobre. Pero las religiosas eran felices: la única mesa que tenían era la del Párroco, quien se había privado de ese mueble; tenían una sola silla, la que, a veces, tenía que servir de mesa.

Sin embargo, decía una de las Fundadoras, “era tanto nuestro contento, que no hubiéramos cambiado nuestra pobreza por las comodidades de hoy”.

El buen Padre Orzali se ocupó por remediar las necesidades más urgentes, ayudándolas material y espiritualmente; y por ser el paño de lágrimas cuando las buenas religiosas, comenzaban a sentir el vacío de las primeras nostalgias.

Esta obra, exigía de él un aumento de trabajo, pero era tan feliz cuando pasaba frente a su “alcázar” de Barracas –como dirá siendo Obispo al referirse a la casa de sus Hermanas-.

Por eso, una mañana iba contento; sonreía… Un viejo vecino, el Señor Caimi, caminaba en sentido contrario. Lo vio y le preguntó:

-¿Qué pasa, Padre Orzali, que anda tan contento?

-Amigo Caimi, es que ha brotado “un rosal en la barranca”.

-¿Y dónde está?

-Aquí –dijo- mientras señalaba con su bastón, su nidito rosarino.

Las lágrimas del Padre Orzali y su trabajo habían incrementado la tierra de la siembra; en el mes de febrero había que comenzar las clases… y el Párroco, que contaba entre las maestras del Estado, con excelentes colaboradoras, consiguió que la señorita María Arroquí, accediendo a su pedido, diera clase de Pedagogía a las noveles maestras y religiosas. El Instituto recordará siempre con profunda gratitud el nombre de esta maestra de la primera generación de rosarinas. En la Escuela N°3, sita en Montes de Oca 439, puedes leer una placa que recuerda a la ilustre educacionista, que fuera por muchos años su Directora.

Anunciada la apertura de las clases, las familias respondieron admirablemente; la inscripción sobrepasó los cálculos, y ese primer año debieron funcionar dos primeros y dos segundos grados; y como sólo había tres aulas, hubo que habilitar la cochera; pero como el techo estaba agüereado, resultaba que, cuando llovía había que desalojar aquello corriendo. Sin embargo, todos reían contentos, y no sólo eran niñas las primeras alumnas, sino que, las señoritas barraqueñas, acudían a aprender bordados.

El primero infantil funcionaba en el comedor, de modo que cada día había que transformar el ambiente, cosa que las chicas hacían no sólo muy bien y rápidamente, sino con alegría, ya que para ellas constituía un pasatiempo agradable.

El primer grado superior se transformaba en Capilla cuando lo dejaban las abejas bulliciosas que durante el día habían libado todos los conocimientos, que sus maestras les prodigaban con ternura e inteligencia.

Allí, en esa Capillita, el Padre Orzali les hacía las pláticas; y ellas meditaban allí, sin presumir quizá que, con sus inexperiencias, estaban gestando una Congregación que, con el correr de los años extendería sus Casas hacia varias provincias argentinas, y el Uruguay.

Abrieron también un Oratorio Festivo, que completaba la labor educativa semanal; y a fin de año fueron muchas las que se acercaron a recibir la Primera Comunión.

No había finalizado el primer año de clase y el rosal florecía: tres jóvenes barraqueñas pedían ingresar en el Postulantado.

En diciembre debían ser presentadas las alumnas a exámenes públicos, ¿responderían?...finalmente las pruebas resultaron espléndidas. Ese primer año las alumnas sumaron ciento cincuenta y con las oratorianas, doscientas.

Las alumnas aumentaban; las Hermanas, también y la casa resultaba chica: el Padre buscó y encontró una en la calle Hornos 1490… y allá fueron a trabajar con nuevos bríos durante cinco años, transcurridos los cuales, una noche de invierno de 1903, las Rosarinas conducían en procesión, a su amada Madre del Rosario hasta su nueva y definitiva Casa, que el celoso Párroco había hecho edificar en Herrera 575. Desde entonces, desde allí –donde está establecida la Casa Madre- las Hijas de Orzali tratan de irradiar el espíritu de su santo Fundador; de dar sin regateos; de darse como él les diera ejemplo hasta ofrendar su vida.

En 1897 comenzaron las fundaciones; el 15 de agosto de 1905 es aprobada la Congregación por Monseñor Antonio Espinosa y el 21 de junio de 1938, recibe la Aprobación definitiva de Roma.

Hoy, a más de un siglo, la congregación sigue las huellas de su Fundador. Tiene trece comunidades (y otros colegios a cargo de laicos rosarinos) y se cuentan por millares de alumnos y ex alumnos de sus Escuelas que hallaron y hallan en el Instituto el pan que nutre sus mentes y alimenta sus almas.

Y como dice el poeta “Así como antaño, el celoso pastor de Santa Lucía, pudo regocijarse porque en su parroquia había nacido un rosal; así hoy, son miles los que se alegran porque el rosal que brotó de la mano de Orzali, en las barrancas del barrio Sur, para gloria de Dios y para el bien de las almas, todas las primaveras viene floreciendo…”

En el simbolismo del rosal, que extiende sus ramas, cada uno ha de perfumar a la manera “rosarina”… con sencillez… con humildad… con modestia, cumpliendo con su deber, ahora y siempre…

                                                                                             

H. María Araceli de Jesús, religiosa rosarina

Extraído de su libro: Padre y pastor,

Vida y obra de Mons. Orzali

Buenos Aires, Ágape, 2012